Aislarme o distanciarme temporalmente de lo que me rodea es un recurso de defensa que utilizo con frecuencia. Viajo a ese laberinto secreto e inaccesible para el resto y me quedo viviendo allí durante una temporada, sin saber muy bien la razón de esa soledad elegida. No necesito exteriorizar nada ni que los demás me cuenten cómo están, me canso de preguntarles qué tal les ha ido el día y prefiero ignorarles. Me convierto en una ermitaña que provoca rechazo porque contesta con tajantes monosílabos.
Ese periodo de hibernación finaliza sin claras conclusiones, supongo que vuelvo a la convivencia, egoístamente, cuando necesito alguna muestra de externo afecto, de cualquier tipo. Pero reincorporarme al mundanal ruido cuesta el doble, volver a ganar una confianza perdida y las sonrisas ajenas no es tarea fácil, por eso creo que esa introspección cada vez dura más, para retardar lo máximo posible el choque con la realidad.
Mis estados de ánimo son como una montaña rusa, sé que eso incomoda, quizás tengan su origen en una patología que no quiero descubrir/admitir o sea perfectamente normal cuando entre los defectos (enumerables) se incluye ser un convencido inconformista. Lo que está claro es que no voy a ocultarlos para "caer bien" o aparentar ser quien no soy.