Honor
El domingo me acerqué al rastro con mis dos compañeras de piso. Hacía muchísimo que no callejeaba por Tirso de Molina y alrededores, estaba abarrotado de gente curioseando entre los puestos. Como llegamos bastante tarde escapamos del bullicio y fuimos directamente a tomar unas cañas en un pequeño bar que debía tener como mínimo cincuenta años y su dueño rondaría los sesenta o sesenta y cinco. Siempre observo descaradamente el semblante y gestos de las personas mayores, por varias razones: porque sus arrugas son caminos que han recorrido a lo largo de su vida o momentos que les han marcado, por ejemplo haciéndoles fruncir el ceño; porque son los grandes olvidados en los cruces de miradas cotidianos, van por la calle sin que nadie les silbe o "se quede con ellos"; porque soy demasiado tímida para mirar abiertamente a alguien que me llame la atención y sin embargo con ellos tengo licencia porque van como en su mundo y no se percatan de que les escudriño como si quisiese averiguar qué piensan. Toda esta introducción se debe a que el dueño de ese bar tenía carisma. Ocurrió lo siguiente, después de ofrecernos una riquísima ración de calamares y tratar de convencernos, con esa forma de cantar las raciones que sólo tienen en algunos bares de Madrid, para que probásemos unos auténticos pimientos de Padrón ("que no de piquillo", puntualizó él), se despidió de unos clientes a los que había tratado con la misma amabilidad que a nosotros. Cuando había pasado un minuto se le debió de encender una luz y le preguntó a la chica que les había atendido si les había cobrado y ella contestó que no, que pensaba que lo había hecho él. En ese momento su cara se transformó. Como si le hubiesen dado un golpe seco, un puñetazo en su honor. Daba igual el dinero que había dejado de ganar, lo importante era que esos clientes a los que él había mimado le habían defraudado. No entendía cómo alguien puede corresponder de esa manera a quien se desvive para que todo esté "a gusto del consumidor". Y, aunque intentó recuperar su sonrisa para el resto de la gente acodada en la barra, su mirada ya no era la misma.
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